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Arte: Molly McGuire

Arte: Molly McGuire

Del Jazz y otras cosas del diablo.

Por: Erik Montenegro

(Publicado originalmente en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica)

El jazz ha muerto.

Contundente.

Como lo fue Nietzche al proclamar lo mismo, solo que la afirmativa la dictaba a –digamos- instancias más altas.

Así defiende, estoico; el trompetista originario de New Orleans, Nicholas Payton su postura desde hace ya varios años, cuando proclamó la muerte del jazz, tallando en su lápida el año de 1959, justo el momento más prolífico en la producción discográfica del género. En ningún otro año se han realizado tantos y tan buenos discos sincopados. Sin embargo, para Payton, el jazz estaba agonizando.

Desde que lanzó la bomba, las consecuencias colaterales han sido de por más interesantes. Reacciones en cadena, medidas y aguerridas en contra o a favor del argumento, mismo que ha tenido que ser visitado en cuatro nuevas ocasiones por el mismo autor para ampliar el panorama y dar respuesta a los que no les provocó ninguna gracia la sentencia.

Ya lo menciona acertadamente Carlos Cruz en su propio espacio cibernético, que para una mayor propagación del discurso, ha sido necesario “twitterizar” el asunto, donde el propio Payton ha participado de manera directa en el debate. Las herramientas han sido frases sueltas. “Sueltas pueden funcionar con cierta autonomía y así generar ‘revuelo’ con sentencias necrológicas, como la citada El Jazz murió en 1959; sociológicas, como El Jazz se separó de la música popular americana; de lectura interpretativa, como El Jazz murió en 1959, por eso Ornette trató de liberar el Jazz en 1960 (en el original “Free Jazz”, título del disco de Ornette Coleman); historicistas, como Mis antepasados no tocaban Jazz, tocaban música de Nueva Orleans tradicional, moderna y de vanguardia; de denuncia comercial, al decir que El Jazz es una treta del marketing que sirve a una pequeña élite a partir de lo cual concluye que La música es más un medio que una marca, etcétera. Entre las más de cien frases cortas de Payton algunas sugieren que ‘Jazz’ es un concepto fruto de la mentalidad colonialista padecida por la población negra obligada durante siglos a agradecer las migajas. Una idea racial de sometimiento que desarrollará cada vez con mayor beligerancia en los textos posteriores”

De ese tamaño los discursos. De solaz momento el saber que hay espacio para la discusión. El jazz es el tema y, estando de acuerdo o no- todos los involucrados se meten a los terrenos de la hermenéutica.

Ese es el epicentro de la actualidad. El nuevo debate en el que participan músicos, aficionados, periodistas, intelectuales de cepa, gente con alguna opinión.

La propuesta concreta es dejar de llamarle jazz a lo que hoy se graba y se escucha. Hay adeptos, hay insultos, hay tema sobre la mesa.

Payton lanza el concepto BAM (Black American Music) un rescate, una propuesta que intenta colocar los cimientos a partir de la ruptura. Es la lucha constante e incansable por defender la paternidad del género a rajatabla, se llame como se llame, lo que ha provocado a la distancia un rechazo en automático a los géneros e instrumentaciones que a través de los años han surgido en otras latitudes.

En pocas palabras, es la historia del “world music” resumida en: música que no proviene de los Estados Unidos.


Nicholas Payton #BAM .Imagen Bandcamp

Nicholas Payton #BAM .

Imagen Bandcamp

Mientras eso sucede, precisamente en aquél país, cierran una estación de radio dedicada a la difusión del jazz y en Chicago, eliminan las barras de jazz de ¡la radio pública! confinándola solo a los fines de semana. En Seattle, en 2011, una estación de jazz contemporáneo fue cambiada abruptamente de perfil.

El pasado 30 de abril se instituye el Día Internacional del Jazz, propuesta de Herbie Hancock, Embajador de la Buena Voluntad para la UNESCO.

Entre vítores y aplausos se llevan a cabo poco más de 72 horas de música y festejos. En España, a través de los Cuadernos de Jazz, publicación referencial en Europa, denuncian que la celebración es solo para unos cuantos. Hancock y sus amigos, para ser precisos.

Una fiesta que al final deja en un buen sitio a los mismos de siempre, ignorando a los que vienen empujando desde abajo.

La característica de inactividad que por años imperó en el género musical hoy se desvanece y se vuelve tema de de importantes agendas. Una vuelta a la espiral.

Así entonces, el tercero de los libros que dedicados al tema presenta Luc Delannoy para el Fondo de Cultura Económica bajo el título “Convergencias” llega muy puntual a la cita.

Lo único que ya no se permite en el día a día es mantenerse al margen, el no involucrarse y participar. Hay mucho que decir y otro tanto por describir.

De ahí la importancia sobre los momentos de discusión.

Ya abre uno el libro y pasa lista de inmediato al jazz latino como otro tema de conversación. Igual de contemporáneo y ¡caliente! (para ponerlo en términos literarios y del autor) en una época donde incluso, como categoría fue eliminada de los otrora prestigiosos premios Grammy, para finalmente ser reinstalada como categoría de entrega tras una fuerte protesta por parte de los músicos.

Tengo la buena fortuna de conocer al autor y saber de cierto que ha sido misión complicada el poder dilucidar conceptos y nuevas ideas que aporten razón a un cúmulo de hechos históricos que están algunos, de forma pétrea, pieza de museo que se mueve al son de quien le recuerde, mientras que la parte activa es descrita a detalle por un segmento de gente que mayoritariamente es la misma.

“Convergencias” viene a redondear ideas y contrapuntos que surgieron de las obras anteriores, hoy en un trabajo que además de elocuente tiene la buena fortuna de hacer convivir a Dave Holland con Gadamer, en el oficio natural del autor por la idea racionalizada y sustentable.

Delannoy se lo ha ganado a pulso. Muchos de los argumentos son contundentes. Parte de la historia plasmada en sus anteriores trabajos son hoy usados como elemento determinante en la descripción del proceso histórico y etno musical

Ya entonces, repasamos el asunto de las clasificaciones, ¿jazz? ¿jazz latino?


Foto: Formato Siete

Foto: Formato Siete

Y es que hay que decirlo, Luc Delannoy, también es conocido por esa postura incendiaria. Baste poner un ojo a la red de opiniones que se han desprendido de su trabajo. Como con el caso de Payton, de nuevo se abre un mar de públicos divididos que adoptarán alguna postura en torno a algunas aseveraciones que desprendidas de la investigación, ponen el dedo sobre la llaga. “El Jazz ha muerto”, o “todo el jazz lleva raíz latina” son simplemente posturas fascinantes de explorar.

Es el escucha quien alza la mano y pone el primer tema.

-¿Jazz latino es eso que suena a Salsa? Porque si es eso, entonces sí que me gusta.

Traigo un fragmento de “Convergencias” que viene muy al caso, en palabras del pianista argentino Adrián Iaies:

“Me gusta decir que el problema de las  músicas de fusión está en que, en algún momento, se le ve la costura. Hasta acá es jazz y luego es rumba o salsa, o bossa, luego vuelve a ser jazz…”

Es como abrir la caja de Pandora y mirar azorado lo que emana de ella.

¿Para México qué significa todo esto? ¿En dónde cae el peso fuerte cuando la cuna se tambalea?  La respuesta tal vez esté negada por varios años más. No así la visión sobre lo que en el “entretanto” sucede.

Es curioso. Latinos como somos, poco inyectamos a nuestras vidas de este jazz. Aún siendo parte misma de la historia y aportadores (in) voluntarios de temas, letras, ritmos, no solo no lo consumimos, sino que tampoco lo fabricamos. Al menos, no con la conciencia puesta sobre el jazz, amén de sus muy honrosas excepciones.

Una ciudad con millones de habitantes quienes se encuentran imbuidos en otros menesteres. Habitantes que guardan y atesoran el recuerdo, la grabación que solo en ocasiones especiales brilla. Mucho de Celia por aquí, poco de Tito por acá, uno de éxitos de La India.

En nuestro país, nos gana la tradición a la que damos continuidad de forma automática. Adoptamos y usamos por el simple gusto de hacerlo. La trilogía de Luc Delannoy ayuda a comprenderlo mucho mejor.

-Que mi novia sí sabe cómo se baila la cumbia y al sonar los tambores, si no la invito me invita ella- el pie izquierdo levanta al derecho y vaya usted a saber de dónde vienen esos tambores de los que habla la canción pero yo ya estoy en la pista.

Respetables, históricos, cada uno de los géneros están para cumplir una misión, y lo logran. Los autores como Delannoy pavimentan el camino, mismo que se había quedado desolado por décadas.

Mayoritariamente en tono socarrón, me preguntan de manera continua si en verdad existe eso que llamamos Jazz Mexicano o Jazz hecho en México, o música que parece Jazz hecha en México.

De hecho es la pregunta más célebre para los que algo tenemos que ver con esto.

Además de la evidente respuesta musical y la referencia histórica que indica –incluso- que tal vez algunos compatriotas tuvieron todo que ver en la formación e instrucción de bandas de jazz en los Estados Unidos, el cúmulo de respuestas ahora son inmediatas e impresas. No hay multitudes de tomos, pero los libros de consulta están cada vez más cerca.

Y es que con la maldición de ser música del demonio, al jazz le ha tocado una tunda ejemplar al paso de los años. No solo en nuestro país, sino en gran parte del mundo. En México, las estrellas del Jazz de los cuarenta, cincuenta y sesenta, grabaron y dejaron su testimonio indeleble. Solo algunos distraídos hicieron apuntes o notas de esos trabajos.

Alain Derbez da cuenta precisa de ello en su libro “El Jazz en México” que –de manera muy afortunada.- ahora sale de nuevo a la luz en una reedición corregida y aumentada. Es decir, están sucediendo cosas.

Quisiera ser muy puntual aquí y dejar en claro que no borro de ninguna manera de un plumazo a la gente que ha trabajado incansablemente para informar sobre el género y lo que significa para tantos. Señalo que mucho tiempo atrás encontrábamos notas muy escasas, panfletos rescatados,  contraportadas de los LP’s que era necesario mirar con lupa para saber-al menos- quiénes son los músicos que participan en el disco.

Es decir, muy poco.

¿Notas sobre el material? Algunas.

Es un bache que nos dejó desprovistos de información clara y precisa sobre el recuento de las grabaciones que estábamos escuchando. La idea, la inspiración, el por qué trabajar con este o con aquel músico, por qué incluir esta obra y ésta no, quedan en el limbo.

Cito al autor: “¡Caliente! Fue un libro de historias, “Carambola” uno de ensayos. “Convergencias” es un libro de fragmentos.” Efectivamente no pretende abarcar un panorama completo del jazz latino, pero ya en conjunto con sus antecesores se logra un sólido estudio, que igual corre desde el anecdotario hasta la entrevista, desde la cita hasta el dato duro.

La intención es clara. La búsqueda de la verdad no se detiene, se comparte. Afortunadamente, para casos como este, es un proceso largo e incluyente.

Tal vez Nicholas Payton tenga razón y el jazz de origen, el jazz que tanto conocimos y que tanto amamos murió. Hay demasiadas manos involucradas en el caso, muchos sospechosos de homicidio. Tal vez sucede todo lo contrario.

Probablemente sea hora de dejar lo homogéneo y caminar hacia una identidad definida, como propone Delannoy, en donde exista reconocimiento y aceptación a los que han contribuido a hacer de esto una mejor música. Jazz Cubano, Dominicano, Panameño, Jazz de Puerto Rico, Jazz Mexicano…

Ya el autor lo deja claro en una de sus entrevistas:

“ El jazz latino lo que hace es mantener viva esta diversidad cultural, y al mismo tiempo, une todas estas diversidades gracias a la improvisación y a sus armonías. Es como una gran familia de gente con cultura diferente. Ese es el papel sociológico del jazz latino. Es una música de resistencia porque resiste a una forma de globalización para impedir que lleguemos a un momento en el cual toda la gente tiene el mismo pantalón, la misma camisa, calzando la misma cosa, haciendo los mismos gestos, comiendo lo mismo. El jazz va en contra de esto de manera indirecta. Por lo tanto, es una música de resistencia: quiero mantener mi diferencia, quiero mantener mi cultura, y lo esto lo hago saber a través de la música mía, que es el jazz”

Así que, “la acción es lo único que hay” dijo Nietzche.

Yo le creo.