Auddiora

Descanse en Jazz

La Reunión Anual de la Nobleza Sincopada 

Por: Everest Landa, Corresponsal desde Limbo Cuatro. 

Cada año, en un palacio único y lejano, de enormes dimensiones, con altos muros blanquecinos; entre luces derrochadoras de lujo, alfombras persas y bebidas con añejamiento de milenios, se dan cita los miembros de la nobleza del jazz. La reunión comienza cerca de las ocho de la noche, cuando cada uno ha cumplido con sus compromisos musicales en los escenarios del purgatorio. 


A Great Day in HarlemART KANE

A Great Day in Harlem

ART KANE

 

Para llegar allí tengo que librar algunos obstáculos: cruzar el canal limítrofe de la vida subido en el batel del barquero desprovisto de ojos, que me cobra algunos años de existencia terrenal para cumplir con el traslado; también hacerse oídos sordos a una voz enorme que pugna por una tal Beatriz y, por último, improvisar sobre la marcha de todos los santos con un micrófono de oro. Entonces sí, mi boleto está pagado.

Cuando llego hasta el palacio, mi impresión es aún más grande de todo lo que he visto. Están todos, de píe en las escaleras para tomarse la foto anual. Luego entramos, nadie nota mi presencia. Alrededor de una mesa enorme de manteles blancos y cristalería fina, los rostros ríen, se enternecen y se arrugan conforme charlan.

Una copa tintinea para que cada quien abandone su conversación con el de al lado. Es King Oliver el que de píe convoca a todos para el brindis anual por la Magna Reunión de la Nobleza Jazzística. Nadie olvida que este fue el gran cornetista, de gran talla; el  que con su inolvidable Creole Jazz Band conquistó los mejores niveles a los que el sonido de una agrupación podía aspirar. Tampoco olvidan su muerte lejos de la corneta, los escenarios y los elotes, todo por su piorrea.

Oliver agradece que ninguno haya faltado, sonríe chimuelo y le pide a Edward Kennedy Ellington, mejor conocido como “Duke” Ellington que tome la palabra. Esa historia que se nota les gusta escuchar a los asistentes sobre su paso por la vida del jazz de las grandes bandas y el cúmulo de satisfacciones variadísimas como aquella de haber sido nominado al Premio Pulitzer o las que le producían las grandes ovaciones que generaba su estilo Jungle en el Cotton Club y demás foros. El Duque confiesa nunca haber podido evitar el sonrojamiento cuando le decían en voz alta que su genialidad era más amplia que los kilómetros de música que grabó.

Inmediatamente lo interrumpe Count Basie para gritar agitando sus bigotes que todo eso es verdad pura como el alma de Dios. El Conde agrega con más gritos de alegría que para él no hubo mejor cosa que compartir la música de su piano con tanta gente como Lester YoungSarah Vaughan (Sassi La Divina) y tantos más. Y que según él ha sido de los jazzistas negros más filmados en Norte América. Una leve tos detiene su parlamento. Y Earl “Fatha” Hines se calza los lentes oscuros y dice muy acelerado que “es una locura que el escenario siga con sus pianos, trompetas, saxofones, micrófonos y esas enormes bocinas vacías y oscuras sin la luz de cada talento”. Agrega que le queman los dedos por ponerlos sobre las teclas y hacer octavas en ritmos que él tocaba desde niño y que después serían conocidos como jazz. Agitado grita “empecemos con Congaine, para recordar ese primer solo que grabé”.

Nadie pone objeción y las luces se encienden, se escucha el sonido de los amplificadores en marcha. Ella Fitzgerald Lady Ella, como la conocen allí, toca el micrófono para saber si está conectado. De entre los labios salen unas cuantas notas de su scat magistral y pienso en How high the moon en la voz de esta Primera Dama de la canción, esta mujer de tres octavas de rango, la preferida de Armstrong (muy extrañado en el salón cada año).

Unas palabras para dar la bienvenida a los más recientes miembros del salón. Silencio absoluto. Jelly Roll Morton reposa su bandera en el piso y se dirige a la escalinata. Es una silueta conocida, los aplausos son para El Padrino del Soul quien con capa y cetro agradece el aplauso. James Brown era esperado desde hacía rato ya. Detrás de él, en visible asombro el Líder del Sindicato: Joe Zawinul confundido y visiblemente conmovido con los reencuentros.

 Peggy Lee pregunta si su cabellera rubia brilla lo suficiente, si no para pedir más foco. Todo ríen y saben que la Reina nunca está conforme. Alguno la imagina en su papel de amiga de la Dama, en la Dama y el Vagabundo. Pero la mayoría rememoran sus actuaciones pomposas con Benny Goodman, en las que la voz de Peggy se deslizaba como una caricia de terciopelo rojo y tibio.

Lady DayBillie Holliday, se coloca (con toda esa nostalgia y tristeza en la garganta, que sonaba cada que interpretaba una canción) junto a Lester Prez (Presidente) Young, que calienta su saxofón inconfundiblemente lacónico, que sirviera de referencia al bebop de los cincuenta. 

 Miles Davis, el Príncipe de las Tinieblas tiene en una mano su trompeta, la muchas veces innovadora y revolucionaria en el jazz; y en la otra mano, el hombro de Thelonius Monk. Este Alto Sacerdote del bop pianístico, se sienta frente al teclado con su figura de oso, que Julio Cortázar capturara en una crónica, y lo toca como a martillazos. La última en arribar es Nina Simone, conocida como la Alta Sacerdotisa del soul, con su bata en tonos ocres y sus manos de magia.

La música comienza como un estallido de mil soles. El purgatorio se sacude completo con los acordes y las melodías de esta congregación. Es impresionante observar a los que no fueron distinguidos con título nobiliario en vida, asomados por las ventanas, convidados en las mesas, Train, Hilton Ruíz ,Angá Díaz, Tito, Charly ,Antonio Carlos,Edith,Michael,Jaco…  Sólo puedo contar que ha valido la pena haber  cambiado algunos años de mi vida por pasar un rato con la realeza del jazz y haberlos escuchado en su morada de muerte.

 


A Great Day in HarlemART KANE

A Great Day in Harlem

ART KANE